(ES) Grand Finale – Hofesch Schechter

Del yo hacia (o con o contra) el mundo

Hofesch Shechter se crió en Jerusalem y se formó como bailarín en Tel Aviv; pasó la segunda parte de sus veinte años en París – donde estudió composición y tocó en la banda rock The Human Beings como batería – y allá por el año 2002 decidió establecerse en Londres. Dos años más tarde daba el tiro de salida a su carrera coreográfica con The Cult, un sexteto enigmático en el que él mismo aparecía vestido con traje de gorila y que le mereció el premio del público en The Place. Con el díptico Uprising (2006, coreografía para siete bailarines masculinos) e In Your Rooms, creada un año más tarde, en 2007 su carrera despegó definitivamente al agotar todas las entradas de The Place, The Queen Elizabeth Hall y el mítico Sadler Wells en un período de tan solo seis meses. Había nacido una estrella. A partir de ahí, Shechter obtuvo apoyo suficiente para fundar compañía propia y el resto ya es historia: la rueda no ha parado de girar. ¿A qué se debe lo meteórico de su carrera?

Su perfil de outsider de la escena regular de danza contemporánea le ha dado desde siempre un innegable sex-appeal en términos de marketing. “El coreógrafo rockero”, le llaman desde que The Place escogiera la mítica sala de conciertos Roundhouse para la reposición del díptico Uprising/In Your Rooms en 2009. Por otro lado, Shechter se instaló en Londres en un momento idóneo, convirtiéndose en la cara de referencia en el Reino Unido de la primera ola de coreógrafos israelíes marcados por la influencia de Ohad Naharin, entre los que podemos nombrar otros como Sharon Eyal, Club Guy & Roni o Itzik Galili. Pero más allá del contexto favorable y el alineamiento de las estrellas, la carrera del fenómeno Shechter recuerda más bien a la de un Youtuber convertido en ídolo de masas: Igual que la reina del misery pop Billie Eilish, su estilo ha sabido conectar con un sentir general, sobrepasando las expectativas de estrategias de community managers y algoritmos y convirtiéndolo en uno de los coreògrafos más solicitados del mundo en poco más de una década.

Su estilo no esconde la influencia de su paso por la Batsheva Dance Company de Naharin. De forma similar a mr. Gaga, su estrategia compositiva se basa en un juego de tensión entre contrastes (ataque y suavidad, rapidez y suspensión, colectivo e individualidad, etc.) y en general es igualmente efectista en lo visual e inteligente en el uso del espacio. Otra fuente de influencia notable en su estilo físico viene de un magma de formas folklóricas con las que ha entrado en contacto a lo largo de su carrera, y a eso hay que añadir su música. Compositor de todas sus creaciones, la percusión es su forma de instrumentación predilecta y esa cosa arraigada, rítmica y con aires de ritual de antaño (entre lo ancestral y lo rock, precisamente) también resuena en su fisicalidad. Música y movimiento cargan emocionalmente el marco planteado por escenografía, vestuario e iluminación en sus coreografías, y su estilo entre fluido y violento contribuye sin duda a una lectura existencial y a menudo un poco apocalíptica de sus coreografías.

A partir de esos ingredientes base, Shechter busca la razón de ser del movimiento de forma centrífuga, de dentro para fuera, de su cuerpo hacia el yo, y de su yo hacia (o con, o contra) el mundo. En varias entrevistas comenta cómo en el proceso de creación necesita hacerse suyo un movimiento antes de poderlo transmitir al cuerpo de los demás. Todo tiene que tener un sentido psico-físico, uno que vaya tejiendo para el espectáculo una razón de ser personal, existencial, que supere lo matemático de la coreografía. Cargado de vivencia, el movimiento es presentado a los ojos de los espectadores en formato de avalancha. Shechter es famoso por su talento a la hora de montar verdaderos patchwork de frases y secuencias físicas: de un sexteto a dos dúos a tres solos yuxtapuestos a un coro en unísono que luego se rompe en una combinación de las tres anteriores, etc. Y a esa verborrea física Shechter – con un gusto pícaro por dar pistas que no llevan necesariamente a ninguna parte – añade capas y capas de posible lectura por medio del uso de distintos elementos simbólicos y humanamente reconocibles, como palabras, gestos, un determinado vestuario, etc. Así, si en Barbarians (2016) tocaba entre otras la tecla de su sensación de fallida integridad personal (“me fui a la cama con otra”, confesaba su propia voz grabada durante el espectáculo), en Political/Mother (2017) exorcizaba entre otras capas de lectura su sentir hacia la figura de su madre, que le abandonó a temprana edad. Todo, en Hofesch Shechter, se mueve alrededor de algo.

El cómputo total de todos estos elementos convierte su danza en síntoma de expresión de una especie de psique teatralizada, personal y colectiva, que no sabe hacia dónde va ni por dónde le vienen las hostias. Centrífugo, de nuevo, del yo hacia (o con o contra) el mundo para conectar con un sentir más colectivo y contemporáneo, Shechter desahoga sus frustraciones y miedos por medio de su arte.

Hijo de padre israelí y madre alemana, su infancia se vio marcada por la palpable violencia entre individuos y grupos en el conflictivo territorio que lo rodeó. En una entrevista para la revista musical Bachtrack de hace poco más de un año explicaba no obstante como su obsesión temática con la violencia sobrepasa la referencia concreta del conflicto arabo/israelí: “Hay violencia en el mundo. Sal a la calle y verás la brutal naturaleza de la gente, en su forma de conducir, de hablar, de andar. En todas partes hay esa lucha por un espacio, por un territorio, por el poder”. Lo personal hecho intensamente político.

“El hombre es el lobo del hombre”, citaba Hobbes. Pero un lobo también nos habla de ternura y del potencial colectivo de cuidar y ser cuidado. En esa tensión entre lo barbárico y lo civilizado, entre lo ancestral y lo contemporáneo, entre la violencia y la ternura que coexisten en todo mamífero, navegan también las escenas del espectáculo de hoy. Grand Finale nos enfrenta a un gran sin-final, de facto, y parece que busque conectar con un algo pre-humano que justifique nuestra presencia en la tierra más allá de ser su última maldición. Reflejando y acentuando la indiferencia con la que aparentemente seguimos recibiendo los embates de un sistema que ha perdido su centro, Grand Finale nos enfrenta con cierto sarcasmo a nuestro rol espectador. Laura Capelle lo expresaba así tras el estreno de la pieza en el Théatre de la Villete de París en 2017: “Shechter no es ni de lejos el único artista que ha tratado de responder al espíritu de nuestros días – cargado de oscura fatalidad – pero hay una notable ira catártica en el modo en que Grand Finale lo consigue capturar”. Shechter nos embiste con sus manipulaciones de cuerpos aparentemente inertes, nos confunde con un constante corta-pega de escenas que recuerda a la brevedad de las stories de Instagram o al zapping de antaño, y nos enfrenta a la absurdez de esa orquesta en escena que, en una referencia ineludible al cuarteto de cuerda del Titanic, sigue tocando indiferente a cuanto sucede a su alrededor.

Volviendo a Billie Eilish – “Oh, I hope someday I’ll make it out of here…” – en Grand Finale Hofesh Shechter también nos ofrece una forma vertiginosamente bella de conectar con los lados más crudos y frágiles de nuestra humanidad.

 

Photos: Alastair Muir

Jordi Ribot Thunnissen. Originally published: September 26 2019. Printed handout Season19/20, Teatros del Canal – Madrid